Suruma ese lugar soleado, seco y polvoriento del sur de los Estados Unidos, tierra de chicanos que caminan por las calles con la cabeza tapada con gorras de béisbol, como esperando a que los descubra un "scout" de los Yankees a los Dodgers. Suruma, ese lugar mitico, espíritu generador de esta narrativa, la mejor de Elizondo, creo, donde convergen las esencias de tres ninas encantadoras descritas, como en pocos textos, por ojo clínico del autor, tata abuelo. Suruma, origen de los surumatos ex-marines veteranos de Viet Nam, chotas pendejones, desposeídos de su propia lengua, historia y geografía por un sistema decimador, como Rito, quien permanece sentado, poseído de la voz del viejo narrador primera persona quien se ha metido a reeducarlo. Suruma. Allí conocemos la circunstancia de Stasek, el inmigrante polaco y su familia, de los mexicanos que trabajan el campo, de Mutti, la anciana joven alemana y de la ternura de su muerte, de Horton el "dogface" gabacho/pendejo con iniciativa y de sus peripecias y Don Jacobo Ha Levi y su fiel y bondadosa rebbetzin. Suruma. Desde ese polo rememorado Elizondo sostiene un aliento narrativo casi inagotable plagado de risa, de critica acerba al monstruo devorador y lo hace con un verdadero don para observar. Vierte en palabras nuestra intimidad consabida pero lo hace si se escribiera por primera vez.